viernes, 5 de noviembre de 2010

Tinín y Rosangela son 2 personajes de mi infancia(mi tía y mi prima), madre e hija afrontaron sus vicisitudes con carácter santo y en otro tiempo, vivían en un claustro anexado a la casa de mis abuelos.

En aquel lugar de 7' x 7' contaban con una cama, un gavetero, una zapatera, toda la ropa sin armario y colgada a la pared, cintillos, cepillos y muchas cosas que estaban aquí y allá, pero lo que más me llamaba la atención (y centro de la historia) eran las muñecas que nunca habían salido de sus paquetes; ya saben, es ese síndrome de que el que poco tiene quiere conservar para la eternidad y que Rosangela representó guardando todas y cada una de las muñecas que su madre le dió con sus pocos ingresos. Todas siguen conservadas hasta hoy día (hoy tiene 26 años) y siguen apiñadas en la esquina de la pared.

Esto me hizo pensar que muchos de nosotros atesoramos algo que consideramos un bien, ya sea material o ideológico, desde recuerdos hasta tapitas de coca cola, cuyo sentido y tenencia nos brinda seguridad y un (quizás) falso sentido de logros. Me dediqué a buscar cosas entre mis allegados y a pedirlas, ahora mis vecinos me las llevan a casa. Con ellas he ido creando algunas muestras(como parte del desarrollo de este proyecto) y que crecerán hasta llenar las paredes de un espacio en el que me sienta tan abacorado como me sentí allá, en la casa de Tinín.

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